El cabo de Estaca de Bares o el último (y precioso) paraíso del norte
Estaca de Bares es el último paraíso norteño. Ahí no ha llegado ni el ladrillo ni el cemento. O sea, un territorio que no conoce la palabra especulación y por lo tanto ignora la palabra masificación. Un enclave que ciertamente no está virgen, pero que lo parece.
Estaca de Bares es un cabo, y en su punta se levanta un faro.
Y aún más allá de ese faro emerge, a media milla de la costa, un peñasco mucho más grande de lo que parece y al que sólo se acercan en sus frágiles embarcaciones los pescadores expertos. Se llama O Estaquín, y tiene apellido aunque este desaparece con frecuencia del subconsciente colectivo y permanece tan sólo en las cartas marinas: Sigüeles. O Estaquín Sigüeles, con sus miles de percebes, es un enclave simbólico: se trata del punto más norteño de la Península Ibérica, un peñasco que aparece de telón de fondo en las fotos que se hacen los amantes del turismo tranquilo en un lugar como no hay otro.
Pero el cabo es mucho más. No sólo su semáforo, en un lugar prominente, ha sido reconvertido en hotel de lujo y, de nuevo hay que insistir, punto de destino de los viajeros que buscan la Galicia auténtica y que huye de las aglomeraciones. Su pueblo de pescadores, Porto, un ejemplo urbanístico, tiene hoy una oferta gastronómica basada en pescados y mariscos que pasa por ser de las mejores -algunos dicen que la mejor- del Cantábrico.
La visita no puede terminarse sin acudir a dos lugares emblemáticos. El primero está ahí mismo, en el puerto, y no es otro que su muelle hecho de enormes piedras. Se llama O Coído, y son mayoría los que lo consideran fenicio o púnico, que viene a ser cosa similar. El segundo es la garita.
Se encuentra monte arriba (desvío a la derecha según se deja atrás Aldea de Bares, rumbo a O Barqueiro) y desde ella se obtiene la mejor vista de la costa de Lugo, que desde ahí parece infinita.